NO HAY PARED. ESTÁS DENTRO


La semana pasada asistí a esta obra de La Ribot en los Teatros Canal de Madrid. Esta es la escena final, la única que se podía fotografiar. La más cruda. La más impactante. Y sin embargo, no la mejor. La Ribot transita entre el arte y la danza. Su expresión es el cuerpo, su lenguaje muy plástico. Preñado de poderosas imágenes que ella presenta de forma tan minimalista como abrumadora. En La Ribot los extremos se unen. Sus piezas están llenas de simbolismo. El escenario es la cancha en la que sucede todo. Los actores los que proponen, el público el que dispone. Porque no hay fronteras, uno asiste y observa desde donde le apetezca. Más lejos, más cerca. Más dentro, más fuera. Sentado en el suelo. De pie. La obra transcurre a tu lado y te afecta, por tanto, de otra manera, con otra intensidad. Sientes la respiración del actor comprometido en expresar con todo su cuerpo, con toda su piel. Y de manera natural le acompañas en el viaje hasta lograr acompasarte con su ritmo. La simbiosis ocurre cuando descubres que el público (tú) avanza por la sala como un todo caminando tras los actores a la frecuencia exacta que marcan sus movimientos. Los pies miden el ritmo para seguirlos en su deambular circular por la pista. En esta "pieza distinguida" de La Ribot, el arranque deja huella: los actores se sacan la piel una y otra vez en la penumbra de la sala y en una danza tan plástica como pseudoviolenta, apasionada y devoradora. Las pieles, van cayendo una tras otra, como fragmentos ya inútiles hasta mostrar lo que hay debajo. Una piel oscura. Negra. 
Pasión, entrega, pertenencia y no pertenencia, están en juego. Y así esta pieza distinguida, hasta el crimen pasional, o la locura.

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