SABORENDO BUCAREST
Sol y pies y adoquines que se salen de las calles
en un casco histórico preñado de cafés y bares
Avenidas amplias con grandes edificios
y rumor de coches que no invade.
Recorrer la ciudad resulta amable y cómodo.
Todo es paseable.
El Ateneo imponente,
las iglesias ortodoxas
se abren a cada paso,
no será el rezo lo que falte.
Tampoco el sosiego de jardines y parques asilvestrados,
con poca intervención paisajística
y la serenidad de unos lagos
que deben restar aspereza a los días más grises.
Hay muchos pasajes en los que cobijarse a tomar algo
Un Parlamento mayestático que se cuenta
como uno de los más grande del mundo
y desemboca en un boulevard con fuentes de ecos parisinos,
los mismos que evocan las sillas de los cafés del centro.
La laguna Herastrau,
de mis rincones favoritos.
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