MARES SON LUGARES
La alegría de una niña que grita al mar en la orilla.
El bañador de lycra espesa de una madre de piel muy morena.
La papilla que entra en unos labios que se abren gustosos para recibir alimento.
El azul índigo llenándolo todo.
La cal refulgente al fondo.
Las inmensas gafas de pasta.
Al caer la tarde, la fiesta de disfraces en el patio.
Los vestiditos de las niñas y el cigarro de los padres.
El amarillo del campo, todo girasol.
Las poses desarmadas.
La paella para doce.
Las sillas de enea y los bañadores de colores.
La piel quemada y el traje sastre de los hombres.
El beso casto a contraluz de las tardes de terraza.
Los niños mojados.
Las partidas de cartas.
Los cumpleaños y, de fondo siempre,
el mar Mediterráneo.
Y el mar Menor, laguna estigia.
Savia que irriga inversa.
*
Estuve en Cartagena unos días y, viendo esta exposición de Salvi Vivancos,
escribí esto. Rescata vídeos de súper ocho de familias que pasaban sus vacaciones en el mar Menor.
Me quedé absorta mirándolos. Hay algo de cada uno de nosotros, de nuestra pequeña historia reciente en ellos. Los colores reventones de las imágenes se clavan en la retina con la intensidad de su inocente alegría. Esa sensación que iguala adultos con niños cuando el entusiasmo arrolla.
Esos azules de textura mermelada. Esa manera de ser ruidosos sin sonido, de festejar las vacaciones en familia en una lengua de mar azul profundo y una franja de tierra intacta, manchada apenas al fondo por una humildísima casita blanca. Sus vídeos, los de esas familias, reconstruyen la memoria profanada por la especulación y el desafío a las leyes más básicas de la naturaleza que, callada, aguanta. Hasta que ya es demasiado tarde y los capazos de peces muertos que hemos visto estos días en esas aguas, revientan en la cara de turistas ajenos (?!) a la triste estampa del drama en el que hoy se bañan.
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