EL LECTOR DE PERIÓDICO

Esa especie en extinción que documento para demostrar que alguna vez existieron personas capaces de sortear el deslumbramiento del sol en sus horas más altas, la pegajosidad del protector solar y su huella de papel de churro sobre la página. De obviar la dirección en que sopla el viento a sabiendas de que siempre va a ir en contra de la página que sujetas. De entintarse las manos sin miedo a la masilla viscosa que crea la crema que embadurna tu piel con la tinta del papel que te tizna la cara cuando te tocas. De leer a fondo la actualidad cuando el único presente es ese momento ajeno a todo hasta llegar a la letra, después de haber sorteado el camino que va del quiosco a la playa, de haber plantado la sombrilla, haberte untado de crema, haber tenido que limpiar dos veces las gafas de sol porque la primera dejó churretes en los cristales y veías en nebulosa. Para llegar a ese momento feliz en el que (casi) todo está en su sitio. Y uno se sienta y se informa. Y no solo eso. Entre medias se da un baño. Y después de secarse rápido vuelve al diario en el mismo artículo que lo dejó. Y ahora la grasa de las manos se junta con el agua y las páginas empiezan a crujir como una patata frita. Esa en la que de repente piensas y te apetece comer y, como estás relajado (eso crees tú ) te levantas a buscar la bolsa que compraste de camino a la playa. Y la abres y la disfrutas mientras vuelves al periódico y añades a las huellas de antes las de la grasa de las patatas que te estás comiendo ahora. Y disfrutas el paroxismo. Y sigues hasta la última página. Aunque para algunas como yo, la última sea la primera, porque siempre me gustó leer de atrás alante para llegar antes a mis genuinos intereses: la cultura, y por aquello también de llegar ya rodada a la crudeza de la sección de internacional y con aplomo torero a la de nacional que, total, de esa ya vamos directos a darnos un baño más terapéutico y más largo.
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El periódico de papel y la playa … vivir para contarlo.

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