DESCALZA
Hundo la planta del pie en la arena y, en décimas de segundo, mi huella se llena de agua, salen burbujas a la superficie, hay vida debajo. En algunas zonas, la pisada se hace marca; la arena está firme y compacta. Mi cuerpo se estira desde las plantas de los pies, la columna vertebral se yergue, y se alargan mis cervicales hasta alcanzar el pelo, que vuela libre al viento. Otras veces, la pisada se hunde hasta los tobillos y entonces me hago rehén de mi propio paso, me quedo clavada en esa trampa de arena que, veloz, (siempre es veloz) adoptó mi forma. Andar descalza sobre la arena, o sobre la superficie de cualquier suelo de la naturaleza que no esté intervenido por el hombre, es una pequeña rebelión contra el sistema, un requisito imprescindible, el pasaporte para volver a estar en la tierra. Para pertenecer de nuevo a ella.
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