AL ABRIGO DE LA CUEVA
Visito la exposición
como quien se adentra en un templo sagrado.
Y es verme frente a la caverna
y sentir que la piel de la espina dorsal
se me eriza.
Me habla de lo ancestral
de una forma sobrehumana
que mi cuerpo, mi piel,
entienden sin que medie
reflexión ni palabra.
Me basta.
Entro en comunión silenciosa.
Despliego mis ojos sobre esas oquedades
que crearon sus manos en el lienzo
para pintar sobre el volumen como lo hicieron
aquellos primeros artistas del Neolítico.
En un constante mirar hacia atrás
para ir hacia delante,
como dice él mismo reflexionando en voz alta
sobre su trabajo.
Es todo primitivo, orgánico,
pero de un barro que pervive
porque genera hacia adentro
una apertura en la mirada.
Retoma lo ancestral y lo recompone
como los aborígenes de hoy
siguen leyendo en el lenguaje de sus antepasados
las claves de su presente.
Viajo hacia atrás vertiginosamente
mientras mi pulsión por tocar se acentúa.
No tocar
Esa No cualidad del museo.
Me rebelo.
Sentir, tocar y pintar con las manos
y con todo el cuerpo.
La metamorfosis es esa.
Regresar siempre al tacto
como quien vuelve
al abrigo de la caverna.
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