PURO CINE
He pasado todo el fin de semana
sumergida de nuevo
en el cine de Wong Kar Wai,
en el maratón homenaje al director chino
que le dedica estos días
la Sala Renoir de Madrid.
Tan metida en su mundo he estado
que ayer cuando salía de la sala
me sorprendía una inesperada
y espectacular caída de sol
en la que casi vi una continuación
de esa manera suya de hacer cine,
que almohadilla aristas
pasándolas por el tamiz
de una plasticidad única.
Me cautivó en el año 2000
con "In the Mood for Love"
una de mis películas favoritas,
y volvió a hacerlo en 2004 con "2046"
que también estoy volviendo a ver ahora.
Hay algo natural e insondable
en su manera de narrar.
De desbordar la emoción con recursos
que van mucho más allá del guión.
De ahí tal vez que sus películas
sean rodajes tan complejos y largos
y tan sin norte, aparentemente a veces para los demás,
mientras su cabeza definitivamente los arma.
Siempre pienso
que si quitara el texto a estas películas
ambas seguirían funcionando
como un submarino en el alma.
En mi caso sucede, al menos.
Sobrevuelo lo que cuentan,
para sumergirme en lo que muestran
sus cuerpos y sus rostros,
fragmentarios siempre en el encuadre,
y con un estremecedor punto de temblor y de fuga.
Su lenguaje me subyuga.
Pintando como él pinta cada plano,
valiéndose virtuosamente de la
iluminación y el vestuario,
en un exquisito derroche de poesía.
No es que entre en esas películas,
es que me fundo con ellas.
Pierdo la sensación de realidad,
me olvido de dónde de estoy
y vivo en la pantalla
dejándome conmover de nuevo
por cada detalle estético
subrayado por una música
que acentúa con fuerza
la intensidad del trayecto.
Un viaje a lo que me provocaron
cuando las vi por primera vez
y a lo que hoy me siguen provocando.
Vuelvo a casa capturando
ese sol inmensamente rojo
que el día me pone al paso.
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