FROZEN
No es que las temperaturas sean gélidas
es que hace tiempo que vivimos congelados.
Congelados por un temporal
que no creíamos.
Por un virus que infravaloramos.
Por el asalto a un Congreso
de un país hasta ahora
orgulloso de su democracia
aun a pesar del cacique loco
que la presida.
Congelados por un cambio climático
que detiene cada vez más rápido
nuestros pasos
ya que nosotros hacemos bien poco
por frenarlo.
Congelados en el gesto diario
de tratar de poner un pie en la calle
acostumbrados como estamos
sencillamente a quedarnos
congelados en casa.
Congelados por no poder hacer (casi) nada
congelados por no tener trabajo,
por no saber de qué vivir,
congelados por no poder
ya (casi) expresar
ni (casi) sentir.
Congelados
de anular todas las respuestas
esperando a que se coloquen
todas las preguntas.
Pero las preguntas
parecen ser las únicas
que no se congelan.
Se vierten como ríos
desbordados tras el deshielo.
Y las respuestas
no llegan a tiempo
o resultan insuficientes.
La argumentación conduce solo
a preguntas nuevas.
Vivimos congelados
entre las restricciones,
la enorme responsabilidad
social y personal
que pesa sobre cada uno
de nuestros actos,
la actitud política,
anclada eternamente
en una batalla congelada
sin primaveras
y bajada intempestiva constante
de termómetros del ánimo,
ese que tanto nos falta.
No es que haga un frío
desconocido para muchos
en latitudes tan conocidas
para todos.
No, no es eso.
Es que desde hace un tiempo
vivimos congelados
y aunque empecemos a ver
máquinas quitanieves
cada vez más cerca
de nuestras calles,
el deshielo no parece llegar nunca.
Cuando llegue,
traerá otra era
en la que el sol tome el relevo
y toda la sed aflore.
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