Y TÚ...¿POR QUÉ NO SALES?

Me miraba atento
devolviéndome con precisión fiel
mi entrega, 
mi frenada en seco, 
mi mirada afín, 
mi interrogante tenaz
y hasta mi sutil temor 
por asustarle 
si me movía. 

Idéntica parálisis en él
al repentino freno de mis pasos 
cuando lo descubrí allí,
integrado en el alféizar de una ventana
que parecía salida de un sueño,
sombreada por las hojas
de un frondoso árbol urbano. 

En cuanto aquel tácito pacto 
de no movernos
se hizo patente para ambos, 
pasamos a medirnos sin tiempo
la profundidad de las pupilas. 

En la distancia, 
nos sondeamos el ánimo. 

Nos reconocimos
en el tumulto
de un instante atropellado 
que de repente se detuvo
y que todavía ahora se prolonga
a través de un expresivo silencio
que perdura. 

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