TRANCE DE LA TRANQUILIDAD

         
Una farola,
dos ventanas,
de cal la fachada.

Voces de terraza en la plaza. 

Llegan suaves, 
acompasadas. 
Atemperadas por el ritmo
lento de la vida del pueblo:
cinco calles, 
una pizzería, 
tres bares, 
un súper,
dos bazares, 
una caja de ahorros
y un cruce de caminos. 

Nubes bajas
enredadas en calor 
del Sáhara. 

Denso el aire, 
el tiempo 
denso también. 

Quietud que place. 

Nada que hacer.
Observar, divina tarea. 

Los grillos cantan, 
toman el relevo 
a la chicharra.

La luna 
se puso naranja. 
Su altar suspendido 
sobre la hermosa pequeñez
de estas casas tan blancas.

En la iglesia, suena la campana. 

Las vecinas hablan bajito 
sentadas frente a la puerta abierta de sus casas. 
Con la mascarilla a mano
y bien interiorizadas las distancias. 

Sillas de playa y batas frescas. 

Noche cerrada. 

Los murmullos
se van haciendo 
cada vez más rítmicos,
melódicos y deslavazados, 
más y más lentos. 

Con los ojos abiertos, 
siento relajación
de sábanas blancas 
y brisa breve 
burlando los termómetros. 

Las cortinas bailan.

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