TRAPECIO GIGANTE


Deambulo por una exposición y me descubro sorprendida por la sensación de estar inscrita en la vastedad de un gran espacio capaz de albergar decenas de grandes esculturas que caen suspendidas desde un techo tan remoto que no alcanzo a divisar. Son figuras rotundas, de paredes gruesas pero de poco peso, ligeras.  Parecen estar hechas en PVC.

El espacio es tan grande que cada una de esas esculturas cuelga hasta mi altura sin que su contorno exterior roze en ningún momento con ninguna de las otras. Sus formas son trapezoidales y rompen el plano en brotes de hexágonos. Su color me resultó sombrío y pardo al entrar en la sala, pero una vez dentro esa especie de lámparas gigantes se han ido iluminando en una secuencia lenta de colores brillantes que se han ido volviendo fosforescentes al aproximarme. Me he detenido a observar una de esas esculturas de cerca, metiéndome en ella hasta el inicio de las clavículas, con toda mi cabeza. 

Mi cuello ahora está dentro, he sido consciente de esto porque de repente ha cambiado mi punto de vista. Me veo en un plano general, desde fuera de mí misma detecto mi figura insertada en la sala y engullida hasta el cuello dentro de una de esas grandes formas trapezoidales, con mi gabardina color café y mi camiseta marinera a rayas. Al verme desde fuera he descubierto que la escultura en la que estoy metida está cambiando de forma, algo de lo que yo, desde dentro, no parezco darme cuenta. La pieza que pende sobre mí va perdiendo poco a poco su estructura de hexágonos disparados transformando lentamente  esos pináculos en superficies lisas que van adoptando una forma esférica hasta llegar a convertirse en una gran bola translúcida y brillante llena de luces de colores emitidas desde el interior y en las que se va descomponiendo por fuera la pieza, rematando su transformación externa hasta quedar convertida en una gigantesca imagen 3D muy parecida al virión de la covid-19.

Mi yo que observa desde dentro de la pieza no se da cuenta de nada de esto, solo es consciente mi yo de fuera, la que observa la escena. Mi yo en gabardina ha seguido recorriendo las salas del museo disfrutando el paseo y sin parar de preguntarse a sí misma cómo es posible que no haya conocido antes este espacio, cómo es posible que me pasara eso a mí, que no se me resiste un museo…

He subido una planta y me he encontrado con un concierto. Una música como de rock sintético salía de una mesa de mezclas y unos auriculares grandes abandonados sobre ella daban idea de la presencia ausente de un DJ. Entorno a esa mesa se dibujaba un espacio que actuaba a la vez como una isla de sonido y un escenario. De ahí salía la música pero no había nadie tocando ningún instrumento, y estaba claro que no se trataba de algo grabado. Era un sonido que se iba haciendo penetrante y cálido al que mi cuerpo inmediatamente respondía bailando. Me marqué unos pasos nada más entrar y al mirar mis pies descubrí que llevaba puestas mis Converse pero eran de tela vaquera y ese detalle me hizo dudar, estuve a punto de sentir que todo era un sueño, no recordaba que tuviera unas Converse en denim. Pero esa sensación duró muy poco porque enseguida me di cuenta de que sí las tengo, llevo tanto tiempo sin ponerme zapatos que las había olvidado.
Solo entonces reparé en la gente que había entorno a la isla que dibujaba los límites de la mesa en la que el no-concierto seguía sonando. Alrededor había bancos con mesas corridas y gente hablando en un tono muy bajo en el que parecían poder escucharse sin problema, ajenos al potente sonido de la música que seguía sonando; vi cervezas, cazadoras sobre los asientos y parejas de amigos charlando frente a frente. Todos mirándose atentamente   a los ojos. Parecían estar solos. Fuera de esa isla solo había espacio, mucho espacio. Sin embargo el ambiente era imantado, me seducía. 

Seguí paseando por allí. Me encontré a una compañera de trabajo a la que hacía años no veía, nos saludamos con cotidianidad fría. Y de repente me veo con un vestido ceñido al cuerpo de manga larga que se despegade mis piernas a partir de las caderas. Es de un verde pardo, sobrio pero eficaz sobre unos tacones muy altos y muy cómodos que no me hacen daño. No llevo medias. Debe ser primavera. Vuelvo a hacerme la misma pregunta: ¿Cómo es posible que yo no hubiera descubierto este lugar antes...?

De nuevo aparezco en la exposición de trapecios gigantes colgando de un techo inalcanzable, de repente está mi hermana y yo vuelvo a ir vestida con mi gabardina y mi camiseta a rayas, pero ahora además llevo un gorro calado que me molesta porque me tapa los ojos. Lucho para tratar de subírmelo porque no veo, mientras me llega la voz alegre de mi hermana pidiendo a mi madre que nos haga una foto junto al trapecio gigante que, desde mi actual ceguera, vuelve a ser de color pardo y estático. 



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