A MÁS DE UN METRO
Se escuchan gritos,
los de una madre que
sale gritando del portal de su casa
a la acera mojada,
implorando ayuda a la calle vacía
con el cuerpo de su pequeño,
que apenas respira,
atravesado sobre el pecho.
Desde los balcones los vecinos,
tranquilizándola:
“Ya hemos llamado,
ya vienen..”
Mientras ella recorre
desaforada el tramo que va
de su portal a la esquina,
una devastadora sensación
de inutilidad me llora,
me está llorando por fuera,
mientras voy sintiendo por dentro
cómo sus gritos horadan
la cavidad que me abrió su lamento.
Hoy he vuelto a no entender nada
de esta vida de la que siempre trato
de comprender todo.
Me vienen a la cabeza
imágenes cruentas
de guerras y bombardeos,
pero aquí no hay sangre ni bombas.
Sólo un silencio tenaz
sin mortero.
La ambulancia llega al fin,
a tiempo:
el traje anti peste
y la ayuda ansiada.
Mi contador
para asumir todo esto
que nos está pasando,
se acaba de volver a poner a cero.
Me acecha el recuerdo
de esa madre agarrada a su niño exánime,
en medio de la calle desierta y mojada
invocando ayuda descalza.
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