SO LONG...

Leo en el periódico que va a estrenarse un nuevo documental sobre la historia de Leonard Cohen y su eterna musa: Marianne Ihlen, acerca de la etapa que vivieron en la isla griega de Hydra en la que se conocieron y donde arrancó su romance. 

Devoro lo que leo como si fuera la primera vez que mis ojos se detienen en Esto. En Eso…En ese templo del descubrimiento a dos en una isla que ya entonces, años 70, resultaba trasnochada para su tiempo y que, precisamente gracias a eso, tan bien les permitió tomar el pulso a la vida y a la medida exacta de sus ganas de vivirla en la propia piel y en la del otro. Desde adentro, desde donde sólo se puede estar cuando se está colado por alguien hasta los huesos y la piel es el techo elástico del mundo sobre el que descansan todos los estímulos, todas las brisas, todos los momentos. 
El artículo no me revela datos nuevos, pero me llena de imágenes el cerebro. 
Veo la Olivetti verde en la que escribía el poeta y músico, imagino las piernas desnudas de ella, vestida apenas con una camisa blanca de él entreabierta mientras se acerca a la página tintada para empaparse la vista con sus palabras y después juntos comentarlas. 
Veo los riscos de la isla pintoresca en la que vivían con una intensidad vital, cegadora como la luz del sol en pleno mediodía sobre las rocas. 
Los imagino fumando, bebiendo, sacándose las ganas y metiéndoselas dentro una y otra vez, como las olas. Mismo ritmo, exacto tempo. Eterno gesto, de su fiero día a día desde el amanecer hasta que el sol se ocultaba y las sombras se apoderaban de todo, mientras ellos iluminaban la noche con las brasas de sus pupilas, brillantes, las imagino, cada vez que compartían una canción, un texto, un hallazgo, una brizna de sal o el rebuzno de un burro de esos que aún se mueven por toda la isla…Visualizo todo eso y mi mente viaja lejos con ellos en un presente congelado en el tiempo que me hace sentir inmensamente viva y nostálgica a través de ellos, que viven en mí. Por unos momentos les cedo mi cuerpo. Sí, se lo cedo…me maravilla su historia y me maravillan los acentos que alcanzó a través del tiempo. Una historia sin epílogo, sin final, como son siempre las historias que se resisten a un cierre porque nacieron entre puertas abiertas por las que transitan como la brisa y el viento. Rutas paralelas que buscan la perpendicular todo el tiempo aun cuando parece que la evitan, reencontrándose cuando el camino las aparta. Creo que era Saint-Exupery quien decía que cuando alguien con quien tuviste una relación vuelve a tu vida, es porque algo se quedó pendiente entre ambos, algo que arreglar, vivir, expresar o sentir y algo en definitiva, de lo que aprender. Y el aprendizaje y reencuentro, físico o no, de Leonard y Marianne duró lo que sus vidas y más allá. Ahora los imagino juntos de nuevo, cambiaron Hydra por Ouranó…
Cuando se conoce así, sin filtros, lo salvaje de lo que nos excita: la poesía, la música, la pintura, el paisaje, la libertad y la belleza, de ese “no lugar” uno ya nunca vuelve… Uno se queda a vivir ahí ya para siempre, como Leonard, como Marianne, aunque “quedándose” irónicamente, uno tenga que construir su vida lejos precisamente del mar, los atardeceres, la pintura, la música y la poesía. 

Ítaca es y será siempre eso: “So long Marianne…”



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